"La 'Verdad' os hará libres"...

Donald Winnicott, en Lo Real y el Jugar (1971), presentó una idea interesante sobre la adolescencia, a saber, que no es un fenómeno humano universal ni necesario.

 

Tal como la conocemos, con su rostro crítico, la adolescencia es producto de la Edad Moderna en la cultura de Occidente. Incluso sugiere que es bastarda del siglo XX. 

 
El rasgo distintivo de la adolescencia, entre otras formas histórico-sociales de concebir la madurez sexual de la pubertad, está en lo que el pediatra y psicoanalista inglés llamó "inmadurez", es decir, esta especie de segunda deambulación (Ricardo Rodulfo) o de nomadismo (Deleuze & Guattari) que experimenta corporalmente el sujeto -en condición de pubertad- en busca de algo que lo haga sentir real, en medio de un estado límite de caída radical del sistema ideal, ético y estético que sostuvo simbólicamente la articulación entre lo imaginario y lo real durante la posición subjetiva de niño.


Para Winnicott, la crisis personal y social que genera la inmadurez adolescente es el precio que la civilización ha de pagar si quiere ser democrática. No hay adolescencia sin una real democracia que permita al sujeto experimentar la angustia de elegir respecto a su vida en relación a los otros, así para ello las instituciones deban soportar la errancia del actuar inmaduro; y viceversa: no hay una verdadera democracia sin adolescentes en fuga (a lo) real o en movimiento exogámico sobre su cuerpo sin órganos.


Lo que nos diferencia de las sociedades primitivas, mal llamadas salvajes, no es que ellos sean seres incapaces de controlar sus impulsos (tal como sugiere el cliché freudiano que asemeja al primitivo, al niño y al psicótico) sino, al contrario, que aquellas colectividades manejan códigos sociales explícitos y absolutos, a los que deben someterse todos los individuos para poder vivir en este tipo de comunidad. 
Un púber en una sociedad primitiva no tiene nada qué elegir respecto a sí mismo en relación a los otros sino, simplemente, debe realizar el antiquísimo ritual de paso para acceder a su estatuto de hombre o mujer (adulto), que lo ubica sin ambigüedad en su lugar y función dentro de la sociedad.


Si es cierto lo que algunos psicoanalistas pregonan respecto a “la desaparición de la adolescencia” en nuestra sociedad post-industrial y globalizada, no lo es meramente por causas subjetivas que atañen a un supuesto “goce solipsista”, que impide que en la niñez se estructuren los diques morales garantes de la latencia pulsional y/o que en la pubertad desborda la capacidad psíquica de encadenar ese “goce autista redoblado” a unos significantes que le den sentido a la existencia del sujeto. La 'cosa' no es tan simple.


Tal como lo ilustra el fenómeno psicosocial de los jóvenes "soldados de dios", si la adolescencia está en vía de extinción es por el retorno de formas despóticas -realmente salvajes- de organización social actualizadas en modos de ser contemporáneos, que al pretender definirle al sujeto su lugar en el mundo (en nombre de su supuesto bienestar y el de la sociedad), totalitarizan su existencia y le coartan su derecho humano a experimentar el estado límite (Jean Jacques Rassial) de inmadurez inherente a la adolescencia. Es decir, hablamos de 'Un' discurso que opera en pro de privar al ser hablante, sexuado y para la muerte (Jorge Alemán) de la posibilidad de singularizar el deseo (Deleuze & Guattari).

 

Sí, parece que está desapareciendo la adolescencia, pero lo que la clínica -individual y social- muestra es que su extinción no se debe simplemente a un exceso de goce individualista que borra los límites que permiten hacer lazo social sino, paradójicamente, a un exceso de límites del cual el sujeto en condición puberal goza endogámicamente o en la exclusividad de su grupo primario: la familia del templo; con toda la dimensión mortífera que implica este placer edípico.